Page 8 - Ego Group Memoria 2016
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chimecos. ¡Y qué! Bien pueden ser sonidos de la decimoséptima; la decimotercera de
nuestras consonantes. ¡Ah, Juan Luis! Quedémonos quietos.
Tendríamos que entrar con un toque de queda en un Quero con Kero que no es ningún
“quierito” sino una voz quechua que significan vaso de ceremonia tallado ¡¿Entiendes?!

Quisiste y te bañaste en el Adriático, pero nunca has querido entrar en Pompeya.

Y siempre andas “caliente” gongoreando o “polvo enamorado” medio griego, Francisco,
quevedeando.

Juan Luis, ¡qué quebradero de cabeza por tu costumbre de quebrantar costumbre! Mas,
recuerda que no eres florentino de allá del Quatrocento, cuando pintar madonas podía dar
acomodo más que tus libritos. Si bien no administraste quilombos en Petrópolis, de atrás
tampoco cuate de Quinto Horacio fuiste — Ni a su romero fiel como a los ajos —. Mas, como
él, no escribiste quintilla a la Canidia, ni supiste si Lidia preguntara a Mecenas quién era “la
mujer de los negros elefantes” ni viste la Quimera ni hablaste de timbales ni cuerno Berecinto
ni sabes de esta oda: Quae cura patrum quaeve quiritium.

Un camino de polvo o de fangales, se iniciaba en el café de “Los Tilos”; estación de los
ómnibus de Guisa y de los vehículos — desecho de guerra — de la ruta Santa Rita-Taratana,
donde viajar, aún pocas millas, evocaba proeza de trote inevitable.

Hacía muchos años que Juan Luis tomara por última vez un ómnibus de Guisa. El café “Los
Tilos” había sido transformado: primero, en tienda de abarrotes y luego, en local cerrado por
inservible.

Sin embargo, Juan Luis esperaba sentado en su silla del café, servido sobre mármol, frente a
un mural situado en la pared del fondo con la imagen de un barco atado a brumoso espigón.

A Juan Luis le gustaba mirar ese mural. Era una alegoría para aquel pueblo sin mar, donde los
barcos navegaban por “El Tesoro de la Juventud”. Mirarlo era evocar lo exótico. Algo así como
los afiches que anuncian el Fernet Branca en los restoranes argentinos.

En la tensión de cabotear el muro, Juan Luis se había olvidado de la guagua. Terminada su
estancia de café y contratiempo, Juan Luis evocaba unos tilos.

Eran los tilos del parque de Rutherford que ya habían perdido su olor de primavera, sus sombras
de verano, y sus hojas de otoño.

Juan Luis dejó un sobre en el correo y volvió a su VW aparcado en la calle.

Anochecía de súbito. Eran sólo las cuatro y oscuro el día de invierno. Juan Luis conducía por
la Ruta 3-West con pensamientos sueltos de camino… Ra (Dios egipcio)… Re (nota musical)
Repunte, República… ¡Republicano!… Resonaba la esdrújula trotante en el pensativo
conductor, como si el asfalto que lleva al Lincoln Tunnel se irregularizara de polvo o de
fangales, igual de vecinal que la ruta Santa Rita-Taratana.

Indudable: el código de Juan Luis alcanzaba la R. — Rata con R, cigarro, ratón; roedor
preterido, bubónica; la peste. La Edad Media, Londres, el incendio; precauciones del fundador

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