Page 7 - Ego Group Memoria 2016
P. 7
o Juan Luis, distinguía las edades, como si el tiempo fuera criterio de horno que tostara la
harina de acuerdo con el pan.

Al salir de la “A” Juan Luis entró en un espacio que a veces parecía devorarlo. Deslizaba
aspirado de vacíos y ruidos por un túnel fatal; símbolo-laberinto que se abría a las pasiones.

Así, sin sugerencias, se motivó Juan Luis y comenzó de nuevo a editar un recuerdo de lejana y
desorganizada perspectiva que seguiría al de ese pueblo llamado Acandí y al de sus
remembranzas de escolar ignorado cuando la aventura de la noria y el río eran motivaciones.

Y fue otra vez el código cambiado. Juan Luis se abría a la “B” en una cárcel, por decir,
mejicana.

Lo acusaban de haber asesinado a Bencomo. La lámpara fija de mil bujías deslumbraba la
cámara de interrogatorios. Juan Luis gemía – no sabía si era afuera o adentro. El “oficial” de
tarea le aplicaba “submarino” o, a su nariz semiasfixiada, Coca Cola con gotero.

El tiempo de Juan Luis desplazaba a todas partes sin salir del calabozo, atado a la silla, sin “qué
hora es” ni cuánto habló el castigo. Era así: interrogatorio policial. Así es la policía.

Juan Luis apenas precisaba si era tarde o temprano; noche o medio día. Juan Luis pensó en una
iglesia donde aprendió lo que era Purgatorio. Fue el día del “Lavatorio”. Los “pobres” se
dejaban hacer los pies, sin interrogatorio, más por la dádiva inmediata que por la ceremonia,
con esa humildad que dan las horas cínicas.

Había sido Juan Luis motivado por otros. Ahora, en el calabozo, recordaba que él no conocía
a Bencomo pero que, sin dudas, debió asesinarlo.

Así tocaba en la cuchicheante “B” dramática de su código narrativo, donde ya se completaran
la “A” y la “C” con historias-ficciones de tiempos recordables.

Además, Bencomo era un avaro que vivía del garrote en su oficina de financista cercana a
Insurgentes donde era asediado por agentes de “mordida” como en cualquier sistema judicial.

Pasó mucho tiempo antes que su vida recobrara destreza. Distinguía sólo un túnel de nariz
inundada y borrosas edades con pereza. La Coca Cola tenía para él diversas connotaciones. Por
ejemplo, recordaba las celebraciones de bautizos y cumpleaños lejanos o un estadio de
balompié en verano, antes de la represión del 68, en sus días de adolescente entretenido y
remolón.

Mas, todo era pretensión, escenografía, donde cada lector encontraría las claves de su
autonovela entre las letras que antecedían o seguían a la primera de Cruz.

Juan Luis era la víctima de Bencomo, no porque lo hubiera o no asesinado, no por la Coca Cola
que vertían en su nariz con tortura, sino porque se engendraba una literatura con ideas iniciadas
a capricho con mayúsculas hechizadas.

Habría sido mejor pasar por Guanajuato – “de Querétaro a San Luis Potosí se levantan las
polvaredas…”, pero el paisaje mexicano alucina: Quetzales, Chicomuselo, Cancún o

7
   2   3   4   5   6   7   8   9   10   11   12